– Mamá.

Es la misión de amor más profunda e incondicional que cualquier ser viviente, sin importar su credo ni su raza, vino a cumplir con total incondicionalidad y sin pedir algo a cambio.

Madre biológica, madre espiritual, madre por elección o madre elegida…

Cuando escucho la palabra “Madre” vienen a mí muchas imágenes: La Tierra y sus elementos, la Vía Láctea, la mujer, las plantas, los animales, mi madre, mi abuela, mis amigas quienes son madres, las amigas que cobijan sin ser madres biológicas. Viene también a mí la imagen del hombre y es que “madre” es un término unificado.

La maternidad está inmersa en nuestras vidas, en todo, es un instinto y parte de nuestra naturaleza como seres vivientes.

Migra a través de distintas etapas y estadios:

Nos da la vida, nos acompaña, somos maternales nos conecta con un sentido de pertenencia, vivencia, crecimiento, conectividad y profundidad desde el espíritu. A todo aquello que le entregas tu amor, tiene una profundidad espiritual.

La maternidad [...] migra a través de distintas etapas y estadios:

  1. Nuestra primera referencia es el vínculo estrecho que creamos al sentirnos abrazados por el calor y la mirada de mamá. Ese simple hecho, el instinto mamífero:
    Nos hace sentir resguardados, acompañados y seguros. Sí, seguros a dar los primeros pasos, a intentarlo, a aprender y descubrir.
    El instinto mamífero conecta nuestro cerebro primitivo a las memorias olfativas como el olor de nuestra Madre, los latidos de su corazón dentro de su vientre que podemos recordar a cada instante a través de los sentidos y vivencias. ¡Wow!
  2. Primero siendo hijos, pero después eligiendo convertirnos en madres o padres, formando una familia, también transmitiendo y compartiendo ese aprendizaje con seres queridos. ¿Cuántas veces hemos escuchado? “Qué maternal o paternal!”, “Cuánto nos cuidas o das contención” y un sinfín de RECONOCIMIENTOS que nos conectan con este sentido. Nos conecta con la belleza que toca el alma. La llama de asombro y admiración, también de determinación contundente. Nos inspira y se puede convertir en un catalizador de la creatividad, nutriéndola y permitiéndole florecer. Nos enseña a estar presentes, no sólo físicamente sino emocionalmente, soltando lo que estamos haciendo para escuchar cuando nos necesitan.
  3. Siendo maternales con nosotros mismos: Nos enseña a observar e intuir cómo estamos, de reconocer nuestras emociones y aprender a VERNOS y dejar de hacer los pendientes tan importantes o no. A todo aquello que le entregas tu amor, tiene una profundidad espiritual.

A través de los distintos estadios podemos recorrer este viaje y darnos cuenta de que este término es UNIFICACIÓN en ambos sentidos y para todos los géneros.

Es cansado, sí, es increíble también, es reconfortante y tierno. A veces es cuestionable, muy sobre todo en la adolescencia pero a través de estos estadios teniéndolos claros se convierte en un espacio donde además de ser partícipes y estar interesados y curiosos, podemos reaprender y desaprender, acompañar y soltar. Es una maestría de vida llena de vivencias que intensamente nos hacen replantear la vida y circunstancias.

Aprender a observar para saber cómo tratar al otro.

Cuando vemos a nuestra Madre y la experiencia da la vuelta, el regreso a casa y acompañarlos en su cierre de vida también es un reto. Activar ese lado materno para acompañar, mirar y recordar, seguir compartiendo desde esa sabiduría para avanzar seguramente al perdón y reconocimiento también de los años que nos quedan por compartir o no. Es contradictorio, a veces queremos hacerlo a nuestro modo cuando esta palabra nos enseña y muestra aprender a OBSERVAR para saber cómo tratar al OTRO (¿nos damos ese tiempo y espacio?). A ser flexibles dejando de reaccionar y aprender a responder. A poner límites y saber que merecemos, somos merecedores.

Para mí significa alimentar, apreciar, construir, aprender, crecer, aceptar, soltar, agradecer, gozar y compartir la vida en cada área.